viernes, 8 de octubre de 2010

LAGRIMAS DE COCODRILO

Hoy me dispuse como siempre a ir en contra de las reglas, quería tener hoy  algo que durante años  quise y que por miedo al dolor no quería hacerlo. No, no era una relación como muchas de ustedes están pensando, era un tatuaje en la parte de atrás de mi cuello.
Al llegar al lugar donde los hacían, empecé a experimentar la misma sensación que tienes cuando te dicen la frase… “tenemos que hablar”, manos heladas, corazón a mil por hora y la sensación de no poder respirar. Al fin llego mi turno estaba ahí sentada de espalda al hombre que los hacía. Empezó a dibujar y saben, no duele tanto como creía y es que todos me decían que dolía mucho. Comencé  a pensar  en las personas a las que les había preguntado y para mi sorpresa eran solo hombres, ¿era entonces que los hombres eran más cobardes que las mujeres?, toda mi vida tuve esta idea en mi mente pero jamás tuve un hecho con el cual demostrar mi teoría. Fue entonces cuando le pregunte a este tipo que  quien gritaba mas y bueno por fin tuve mi esperada frase … “ lejos los hombres”. Me contaba que eran los que más lloraban, los que a el primer pinchazo le pedían que por favor se detuviera porque les dolía, e increíblemente los que más se desmayaban.
Como era entonces que todo el mundo cataloga a las mujeres como el sexo débil, siendo que los hombres no soportan un mínimo pinchazo. ¿de dónde provenía nuestra increíble fuerza para resistir el dolor? ¿Éramos acaso las mujeres masoquistas?, o ¿estábamos genéticamente preparadas para resistir el dolor?.
No pude evitar pensar en el momento en que las mujeres están embarazadas. Prácticamente nos cortan la vía de evacuación por donde saldrá el bebe, o antes de que salga este, ocurren las famosas contracciones, que por lo que me han contado es como si el bebe estuviera jugando con tu útero y tripas, como si fuera tan solo su nuevo peluche de felpa, o el perro nuevo que le compraste. Creo que mi segunda teoría toma fuerza con esto. ¿Estaban todos errados entonces? Que simplemente porque una vez nos vieron llorar tienen el derecho de llamarnos el sexo débil, aunque creo que yo no tengo lugar en esa idea pues creo que jamás un hombre me ha visto llorar, sin contar a mi padre y hermano que me vieron hacerlo en el funeral de mi abuelo. ¿Qué sucedería si todos los tatuadores dieran su versión de la historia? ¿Dirían la verdad? O ¿cuidarían la imagen y prestigio que se han ganado por tanto tiempo los hombres?
Entonces  me puse pensar en antiguos amoríos. Recordé que me suele gustar no el tipo que me hace caso en todo , si no el que me saca de mis casillas, como si de alguna forma el hecho de que se haga difícil tener una relación o exista algún problema en esta,  haga que tome importancia, o que simplemente me haga sentir que existe. Quería creer en que no éramos masoquistas. Pensé, y pensé y di en el clavo, no era que me gustara que me hicieran daño sino que simplemente encuentro totalmente aburrido que me hagan caso en todo, que me ayuden en mis cosas como si yo no pudiera hacerlo por mi sola o que invadan mi espacio, aunque lo acepto, hay veces que me aprovecho de que hagan el trabajo fuerte porque después no hay nada mejor que dar su recompensa, la cual uno también la disfruta. Por lo tanto las mujeres no somos masoquistas y aparentemente tampoco el sexo débil, solo somos adictas a los desafíos y preparadas genéticamente por alguien exterior a este mundo para soportar el dolor.

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